Cometemos el error de adaptarnos a cada truco nuevo que descubrimos, cuando debería ser al revez. Solo porque algo funciona para otra persona no quiere decir que tenga que funcionar para nosotros.
Probá cosas nuevas. Diseñá tu vida a medida. Quedate con lo que resuene con tus valores fundamentales.
Apagá el ruido de la sociedad y escucharás la música de tu alma.
«Si tienes dudas sobre algo que no está en tu vida, inténtalo. Las cosas son muy diferentes en la práctica y en la teoría. La única manera de saberlo es experimentarlo tú mismo… Si fue un error, al menos lo sabrás de primera mano, en lugar de estar siempre preguntándote.
Si tienes dudas sobre algo que ya está en tu vida, deshazte de ello. No sólo las cosas, esto se aplica a las identidades, los hábitos, los objetivos, las relaciones, la tecnología y cualquier otra cosa… Comienza con borrón y cuenta nueva. Si fue un error, lo recuperarás con entusiasmo renovado».
Este enero debe ser el más productivo que he tenido en los últimos cinco o diez años.
Me lo estoy tomando con calma, pero aun así no estoy conforme, no alcanza, no dejo de pensar en lo que quiero hacer y no estoy pudiendo, en quien quiero ser y todavía no soy. Quiero agregar un poquito más, aprovechar cada segundo de este verano que se va por la ventana.
Creo que ese es el problema. Ver la vida como una fuerza imparable. Hay una incomodidad constante, una molestia, una especie de pánico existencial.
¿Qué busco, qué quiero alcanzar? ¿Lo reconocería si lo tuviera? ¿Se puede tener?
Cuando me detengo y hago silencio llego a escuchar la verdad.
Soy el que soy. No importa lo que haga o deje de hacer.
¿Dónde quiero poner la energía? ¿Qué plantas quiero regar?
Los objetivos solo son ramas en el árbol de la vida. El tronco es el propósito, los valores son las raíces.
Antes de empezar a caminar en cualquier dirección, me pregunto hacia donde quiero ir, para qué quiero llegar a ese lugar y que tiene que ver con mi esencia verdadera.
Foto cortesía de Andrés y Agustín, amigos y compañeros de viaje
1 de enero de 2024. Recién terminé de leer un libro que me prestó una amiga y después de procrastinar toda la tarde finalmente me apronto un café y me siento a escribir. Siempre odié las letras. Si hace 10 años me decías que un día como hoy iba a estar haciendo esto no lo hubiera creído. Es bueno poder cambiar.
Hoy Montevideo suena a pueblo del interior, la combinación perfecta, lo mejor de ambos mundos. Que lindo poder escribir tranquilo, sin mirar el reloj, jugar un poco con las ideas, seguir las palabras a donde me lleven, probar, ver que sale. El problema del tiempo es inherente a las personas lentas y ansiosas, tengo un poco de las dos.
Ayer fui a andar en bicicleta y le saqué una foto al último sol del año, un sol que ya no existe y que no va a volver a existir nunca más; ahora es una historia, como esta que te estoy contando. Nadie puede broncearse dos veces bajo el mismo sol.
La Rambla y la bicicleta, qué lujos, qué privilegios. Para mí andar en bicicleta es una práctica espiritual. Es como volar, como flotar en una alfombra mágica. La bicicleta me ordena, me limpia, me purifica, me mantiene centrado. Si no me centro me caigo. Andar en bicicleta me ayuda a recordar lo que es verdaderamente importante. Es un ejercicio de gratitud, una reverencia a la vida.
Fin de año es un buen momento para recapitular, mirar hacia atrás, reconocer el camino recorrido y volver a preguntarnos hacia dónde vamos.
Para mi diciembre es un mes muy reflexivo, lleno de optimismo y con un aire renovador. A medida que se acerca el final inminente, voy haciendo un viaje mental a lo largo del año y vuelvo a pasar por las experiencias buenas y no tan buenas que me tocó vivir. No lamento nada, agradezco la abundancia que hay en mi vida y aprendo de las dificultades.
Pero diciembre tiene una cara oculta que recién ahora empiezo a entender con claridad, la ansiedad.
Lo arbitrario de cualquier final, las tradiciones y las normas sociales preestablecidas, el vértigo de “llegar a fin de año”, de cerrar con broche de oro y de empezar con el pie derecho, la obligación de disfrutar y de hacerlo de determinada manera, porque son fechas especiales y hay que hacerlo así, porque sí, porque así se hizo siempre, en fin. Creo que este es mi último gran aprendizaje del año.
Me encanta reunirme y celebrar con mis seres queridos y es una buena oportunidad para hacer un balance y recalibrar la brújula. Pero la vida sigue, es un juego infinito. Diciembre no es el fin del mundo y enero no es el Big Bang.
P.D. Muchas gracias por leer y por seguir apoyando mi trabajo.
Temporada de euforia y abundancia. Baño de sol, energía pura, abrazo de amor infinito. Infierno paradisíaco. Bailan las plantas y los árboles, llueven frutos, brotan ideas.
Nací en verano, los mejores recuerdos de mi vida nacieron en verano; el olor a pino, el olor embriagante del aire pesado en la noche, salir a explorar el parque, las escapadas al rosedal, jugar a la bolita, la agonía de la cigarra, los campamentos en familia. El timbre de la escuela, la libertad, la urgencia de ser niño. El amor platónico.
Algún día me gustaría mudarme al verano, pero tengo miedo de que pierda su magia, de que destiña y se apague. Quizás no es el verano lo que anhelo, quizás es la nostalgia.
Mientras tanto vuelvo a nacer, saludo a dios, doy gracias.
Ayer tuve un día largo y difícil. A la salida del trabajo decidí comprar algo rico para cenar y acompañarlo con una buena película.
Llego al super, compro muzzarella para la pizza que tengo en casa y voy por mi bebida preferida del momento, un jugo natural de naranja que descubrí hace unos días.
En la heladera se me cae un jugo buscando los de atrás que están más fríos. En una fracción de segundo con la única mano que tengo libre, suelto el jugo que estoy sacando del estante de arriba y atajo desde abajo el que viene cayendo en el aire.
—¡Sos Spiderman! —Me dice un flaco que venía hacia las heladeras. Yo sólo sonreí.
El comentario me cayó muy bien, fue un gesto desinteresado. Lo dijo sinceramente, casi admirando lo que había presenciado. Trato de que nadie me vea cuando se me escapa alguno de esos trucos.
Salgo del supermercado pensando en lo que pasó y me acuerdo enseguida del episodio en la panadería. Cuando voy a pagar la cajera tira una botella de agua que estaba en el mostrador en frente de mi. Pongo las dos manos, atrapo la botella y vuelvo a dejarla donde estaba.
—¡Qué reflejos! —Dice ella. —Me cayó en las manos —Justifiqué.
¿Cuántas veces tengo que escucharlo para empezar a creer que es cierto?
Sí, soy un torpe debilucho al que le sale todo mal. Pero también soy ágil y fuerte, tengo habilidades sorprendentes, poderes que recién aprendo a dominar. Soy las dos personas al mismo tiempo, soy todo eso y mucho más.