Despierto con la primera luz del día. El viento silva y sacude la veleta. Hace días que está nevando y me queda poca leña. Me levanto pensando que solo un café caliente puede devolverme el confort que dejé en la cama. No me queda miel ni galletitas, solo un poco de pan casero. Entibio las manos con la taza mientras miro el mar por la ventana.
Antes de empezar el día prendo una vela y escribo en mi diario:
Quisiera detener el tiempo. Quisiera encerrarme todo el invierno en esta torre de piedra, trabajando sin descanso hasta que esa cosa cobre vida. La obsesión ya es incurable. Volqué demasiada ilusión en la mera posibilidad de tener éxito. Cada vez estoy más cerca, cada vez menos paciencia. Me duele la espalda. Tengo pesadillas y me despierto por las noches a tomar apuntes, intentando capturar el mínimo indicio de lucidez que justifique esta locura. No hay vida sin amor, no hay amor sin energía.
El gato se frota en mi pierna pidiendo comida, pero no tengo nada, le doy un plato con leche tibia. Me pongo las botas para empezar a trabajar y escucho la campana del portón de abajo, es el mensajero. Espero que sea la carta de mi esposa, hace meses no la veo. Quisiera comprar el velero del que hablamos y zarpar mañana mismo; hacia otro mundo, hacia otra vida.
