Somos energía. Influimos sobre el entorno que nos rodea, desde lo que pensamos y sentimos hasta lo que hacemos con el cuerpo en el espacio que habitamos. Es lo que se conoce como actitud, el resultado de un conjunto de pequeñas acciones que sumadas cambian la tonalidad de la luz que emite nuestra energía.
Segunda ley
La energía no se crea ni se destruye, se transforma, circula. El día tiene 24 horas. No se puede hacer dos cosas al mismo tiempo. Dar energía es quitar energía. Una hora que estoy trabajando es una hora que no estoy con mis amigos, una hora con el celular es una hora que no estoy leyendo un libro. Para poner energía en un lugar, hay que quitarle energía a otras cosas.
Tercera ley
Cantidad no es calidad. No todas las energías son iguales. Buena energía es más importante que mucha energía. Absorbemos y liberamos energía todo el tiempo; la comida que comemos, el contenido que consumimos, las personas con las que pasamos más tiempo, los pensamientos que alimentamos. Todo es energía circulando en alguna dirección. Mucha negatividad puede hundirnos en una depresión, demasiado optimismo puede pasar por alto problemas que deberíamos atender.
Despierto con la primera luz del día. El viento silva y sacude la veleta. Hace días que está nevando y me queda poca leña. Me levanto pensando que solo un café caliente puede devolverme el confort que dejé en la cama. No me queda miel ni galletitas, solo un poco de pan casero. Entibio las manos con la taza mientras miro el mar por la ventana.
Antes de empezar el día prendo una vela y escribo en mi diario:
Quisiera detener el tiempo. Quisiera encerrarme todo el invierno en esta torre de piedra, trabajando sin descanso hasta que esa cosa cobre vida. La obsesión ya es incurable. Volqué demasiada ilusión en la mera posibilidad de tener éxito. Cada vez estoy más cerca, cada vez menos paciencia. Me duele la espalda. Tengo pesadillas y me despierto por las noches a tomar apuntes, intentando capturar el mínimo indicio de lucidez que justifique esta locura. No hay vida sin amor, no hay amor sin energía.
El gato se frota en mi pierna pidiendo comida, pero no tengo nada, le doy un plato con leche tibia. Me pongo las botas para empezar a trabajar y escucho la campana del portón de abajo, es el mensajero. Espero que sea la carta de mi esposa, hace meses no la veo. Quisiera comprar el velero del que hablamos y zarpar mañana mismo; hacia otro mundo, hacia otra vida.
Vuelvo agotado. Por la ventana miro cómo se va la semana con el último sol del viernes. Arrastrándome, subo a la silla del escritorio y empiezo a armar las pocas palabras que aparecen:
Soy un cuerpo errante, vacío, sin alma. Una mente atrapada en un aparato manejado por control remoto. Una mano que no escribió, ojos que quieren verla.
Es lunes, son las 15:40, me siento a escribir. Me estoy tomando lo que queda del tercer café del día, lo preparé hace un rato, ya está tibio.
Pongo un timer, me ayuda a concentrarme y a que no se me pase la hora de ir a trabajar. Podría haber empezado más temprano para que la sesión de escritura fuera más larga, pero bueno qué me voy a reprochar, es lunes, suficiente disciplina por hoy.
Hoy sí tengo ganas de escribir. Hoy quería escribir porque me encanta la idea de empezar la semana haciendo algo que me cuesta, que nadie me mandó a hacer y que no me genera un centavo (de hecho pago para hacerlo). Igual que un gimnasio. Si puedo sentarme a escribir un lunes puedo hacer cualquier cosa.
Día 2
Es martes, recién me levanto, son las 13:15. Empiezo el día sin ganas, me siento culpable, quería levantarme más temprano. Supongo que necesitaba dormir, ayer me acosté con una alergia terrible, una especie de rinitis.
Después de procrastinar hasta las cinco de la tarde, acepto que no estoy pudiendo salir de este estado y doy por terminada la jornada. Voy a llevar la ropa al lavadero y a la vuelta paso por la librería. Compré dos libros que hace tiempo quería leer, llego a casa y me pongo a ojearlos, uno me atrapó, Los Cuatro Acuerdos de Miguel Ruiz. Necesitaba un libro como este, que me inspire, que me motive. Estaba un poco estancado con la lectura.
No hay nada peor que quedarme pensando cuando no me siento bien, hay que hacer, hay que moverse. Un rato con un buen libro es de los mejores regalos que me puedo hacer.
Día 3 y 4
El miércoles y jueves hice un montón de cosas. Fueron días productivos pero descontracturados. Seguí leyendo pero no escribí. Lo más importante es que me permití otro ritmo, otra espontaneidad. Recién estoy incorporando la disciplina de trabajar para mí manteniendo cierto equilibrio; enfocarme, poner límites, tener un horario. Me ayuda a hacer espacio para otras cosas. Sé que me cuesta dedicarle tiempo de calidad al ocio y la diversión, lo estoy trabajando.
Día 5
Es viernes, son las 14 en punto. Para dejar un rato el café me hice un té de limón, solo agua caliente, un poco de jugo de limón recién exprimido y una cucharadita de azúcar. La tarea de hoy es terminar esta publicación.
Me pasé toda la mañana leyendo Los Cuatro Acuerdos, me encanta, seguramente lo termine el fin de semana.
Busco una conclusión para esta historia pero no la encuentro. Es la parte de mi que nunca está conforme, la que me molesta pero me impulsa a seguir mejorando.
Supongo que la conclusión es esa, seguir escribiendo.
Negar, lamentar. Aferrarme a la tierra. Levantar una represa que se va a desbordar. Nadar contra la corriente. Morir ahogado en un intento absurdo. Soñar con ser dios.
Llevar una silla plegable y sentarme en la orilla, disfrutar de la vista mientras me tomo un café. Respirar hondo y llenarme de aire limpio, exhalar preocupaciones, dejar ir el miedo, abrazar la incertidumbre. Escuchar a la naturaleza; la brisa en los árboles, los pájaros, el agua corriendo. Entregarme, rendirme, soltar. Tomarme el tiempo que sea necesario. Y cuando por fin esté dispuesto a pasar frío, y a darme contra una roca, y a confiar en una fuerza que no es mía; entonces saltar. Dejarme llevar por el mismo caudal que me trajo hasta acá. Volver a la fuente. Empezar a vivir como siempre debí haber vivido.
Mi amiga Pam me invitó a grabar un episodio de Primero, su podcast. Hablamos sobre la importancia de hacer, consejos para la creatividad, herramientas para el desarrollo personal y más.
Disfruté mucho la charla. Fue divertido sentarnos a tomar un café para esta vez grabar uno de los tantos divagues filosóficos que hemos tenido. También me gusta estar experimentando distintos medios para conectar con las personas y compartir ideas.
Pam es una persona curiosa, optimista y apasionada por lo que hace. Además de su podcast, que tiene muy buenas conversaciones, ella se dedica a ayudar a las personas y a las organizaciones a crear su propio podcast, ya sea una única temporada o para lanzar un proyecto sostenido.
Error de novato: Subestimar el descanso. Negación infantil causada por el miedo original; el miedo al fin, el miedo a la muerte.
Me cuesta parar, siento que estoy perdiendo el tiempo, que no estoy avanzando. A veces sospecho que me incomoda descansar porque siento que no hice lo suficiente como para merecerlo, que no me gané ese derecho. No hay peor descanso que la procrastinación y no hay peor esfuerzo que el que se hace con culpa. No voy a disfrutar el descanso si primero no acepto que nunca va a ser suficiente al menos que yo diga que es suficiente. No importa que tan productivo haya sido el día, siempre se puede hacer más, siempre va a quedar esa sensación de vacío, de que no alcanzó, de que faltó algo, de que no llegué a donde quiera llegar. El problema no se resuelve rompiéndome el culo trabajando, se resuelve respetando el tiempo que hay para todo. La jornada termina, suena la campana, me levanto y me voy a hacer otra cosa. ¿Qué clase de persona soy si no se me ocurre algo más divertido que hacer con mi tiempo que trabajar? Me guste o no me guste, en algún momento hay que poner un fin. Se trabaja y se descansa, se descansa y se vuelve a trabajar. Hago mi mayor esfuerzo y punto. Da igual. Porque por brillante o mediocre que sea lo que hice hoy, mañana voy a hacerlo de vuelta.
Que pueda hacer algo no significa que tenga que hacerlo. Puedo creerme la mentira de estar haciendo todo, o puedo aceptar la verdad; en algún momento tengo que hacerme cargo de mi vida y tomar una decisión. ¿Qué es lo que más quiero? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué es tan importante para mi, que estoy dispuesto a renunciar a todo lo demás? ¿Entonces qué tengo que hacer?